El estrés, el burn out, el nerviosismo y la ansiedad cada vez son más frecuentes hoy en día. Desde personas mayores hasta niños, todos podemos pasar por una temporada estresante.
Vivimos en una sociedad en la que se impone la rapidez y, la impaciencia, en la que todo tiene que estar disponible al momento: responder al mail, las necesidades de los niños, responder al teléfono del trabajo a cualquier hora, etc. Siempre queremos más y nunca es suficiente.
En respuesta a estas situaciones, el organismo pone en marcha su sistema de alarma para poder luchar o huir de la amenaza. Cuando estas respuestas naturales se dan en exceso se activan predisposiciones genéticas patológicas y origina un desequilibrio en el cuerpo que deriva en la aparición de trastornos orgánicos y psicológicos. De hecho, muchos trastornos se originan por estrés, especialmente si el estrés es severo y prolongado.
El estrés crea mayores exigencias fisiológicas. Se necesitan más energía, oxígeno, circulación y por lo tanto, más cofactores metabólicos. Así, el cuerpo consume más vitaminas, minerales y aminoácidos de lo normal para adaptarse a esta situación de demanda física y emocional.
En el estrés crónico existe un desgaste elevado de los micronutrientes básicos y se pueden exacerbar deficiencias. Si el estado micronutricional es bajo, el estrés puede influenciar la aparición de otros problemas como la conciliación del sueño, la caída de pelo y la debilidad de las uñas, la aparición de dolores de cabeza, musculares, etc., lo que lleva a una cascada de secuelas físicas y mentales negativas.
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